PETER SISSECK: ENÓLOGO DE REFERENCIA AL MÁS ALTO NIVEL

Tanino Gordo22/11/2019
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Nombrar a este danés afincado en la Ribera del Duero desde el año 1.990 supone referirse, entre otras muchas cosas, a uno de los personajes más importantes en la evolución enológica de la Ribera del Duero. Procedente de trabajos en Burdeos y Sonoma (California) aterrizó en el proyecto “Hacienda Monasterio” en el que aún sigue trabajando sin ser socio. Cinco años después creó Pingus-95 y Robert Parker, quien le otorgara 98 puntos (algo totalmente novedoso aún para nuestros vinos que posteriormente han alcanzado en algunos casos los 100), dijo: “Es el mejor vino de poca edad que he probado jamás”. Eso sí, procedente de viñas viejas. Algo fundamental para Peter en todos sus proyectos.

En una cata ofrecida para socios de la Unión Española de Catadores en Madrid , que se agotó al poco tiempo de abrirse la inscripción, pudimos escuchar parte de su filosofía enológica y probar dos ejemplos de sus diferentes proyectos. Lo más llamativo, de inicio, fue probar dos finos de diversos pagos jerezanos que aún tardarán algunos años en salir al mercado. Del Duero al marco de Jerez es un paso que él ha sido el primero en dar y que sospecho no tenga muchos continuadores: “Jerez es, junto a la Rioja, la zona que mayor impacto ha tenido en el exterior a lo largo de muchos años. Tiene las diferentes parcelas de viñedo clasificadas desde hace 200 años y aunque nunca haré un blanco de albillo mayor en la Ribera del Duero, de Jerez me encanta la zona, el flamenco, los toros y sus bodegas”. Tiene muy claro que siguiendo la tradición de jóvenes enólogos jerezanos él quiere potenciar la tierra por delante del proceso de vinificación por muy peculiar que sea la crianza bajo velo de flor. “Siempre he mantenido, y afortunadamente ahora es casi corriente mayoritaria, que el vino se hace en la viña y no en la bodega”. Peter Sisseck tras varios años de búsqueda adquirió, junto a su socio en Hacienda Monasterio y Montecastro, una bodega, hace ahora dos años, y viñedos de entre 35 y 40 años en dos de los pagos con mayor historia en Jerez: Balbaína y Macharmudo alto. El fino “Los Corrales” del primer pago mencionado nos llamó poderosamente la atención al tener una gran intensidad aromática y con una gran amplitud y densidad en boca. Lleva entre 8 y 9 años en crianza biológica de criaderas y soleras, mantiene el velo original que se refresca con algo de mosto para ir rejuveneciendo el vino. El segundo, Fino la Cruz es bastante más joven con un tono ligeramente ambarino y con menor intensidad que el anterior.

Un proyecto más conocido es que el que llevó a cabo en Saint Emilion (Burdeos) con la compra en 2.010 de 8 has. de viñedo de unos 45 años de terreno calcáreo: Château Rocheyron del que pudimos probar dos añadas jóvenes, 2017 y 2014, para lo que suponen estos vinos con la merlot como uva mayoritaria y un 20% de Cabernet franc. Siguiendo lo que ya había puesto en marcha con Pingus en el 2007, aquí usa para la crianza a lo largo de 14 meses entre un 20 y un 30 % de barricas nuevas de roble francés tras la primera fermentación realizada en depósitos de cemento. Estos vinos mantienen su carácter frutal. Son tánicos manteniendo el carácter clásico de la zona lo que implica, a mi juicio, que mejorarán pasados unos años aunque se puedan beber en este momento.

Del proyecto por el que más se conoce a Peter Sisseck pudimos probar dos añadas de Flor de Pingus y dos Pingus. Fue inevitable que se le hiciera la pregunta referida al elevado precio de este vino que hace poco más de 10 años no llegaba a los 300 €, pasó `por los 600 y ahora se sitúa en los 1.200 €. Estas subidas de precio son algo inevitable cuando un vino alcanza los 100 puntos Parker como fue el caso del Pingus 2.004, si bién él puntualizó: “el precio de la botella no lo determino yo, lo impone el mercado” quien viene a disponer de poco más de 8.500 botellas en el caso de Flor y menos de 7.000 en el caso de Pingus. Más botellas salen a la venta del último vino del Dominio que no catamos : “PSI” en el mercado desde la añada 2007.

Como introducción a estos últimos vinos hizo un breve repaso a la “e(re)volución” de la Ribera de Duero desde que aterrizó hasta el momento actual: la nuevas técnicas que se fueron implantando desde comienzos del siglo, la proliferación de bodegas y viñedos nuevos con un mayor marco de plantación, la utilización de madera nueva, etc.,. Su propia evolución le ha hecho apostar por los procesos biodinámicos de los que es ferviente defensor y que comenzó a realizarlos en el año 2.000.

Respecto a estos vinos catados, un neófito la primera pregunta que pudiera hacerle a uno sería: ¿costando 10 veces menos uno que el otro, Pingus está 10 veces mejor y merece pagar ese precio? Y la respuesta que pudiéramos darle nunca le convencería. Ni atendiendo a vejez de las viñas, añadas o momento de consumo por poner sólo algunos ejemplos. El caso es que, a mi juicio como en el caso anterior, las dos añadas probadas de Flor de Pingus, 2017 y 2014, tienen un extraordinario potencial de guarda. Aguantará bastante más el 2014, y será más grande, pues en ambos casos apuntan muchas maneras, pero es pronto para beberlos. Los dos Pingus probados, 2015 y 2009, procedentes de dos añadas cálidas eran muy diferentes entre sí pues en el primero primaba su juventud, muy rico en aromas, pero en el caso del segundo fue un magnífico colofón a la cata pues transcurridos ya 10 años el vino del 2009 se mostraba casi en plenitud con muchos aromas complejos tanto de fruta como procedentes de la crianza y una boca espectacular sedosa y amplia a la vez. Los catadores solemos escupir los vinos, pero en este último caso, según pude comprobar, pocos lo hicieron pues el vino merecía mucho la pena.

En resumen, una cata para recordar de un personaje fundamental en la historia de la Ribera del Duero con algún vino como el último al que me he referido que quedará en nuestra memoria por un tiempo.